martes, 20 de diciembre de 2011

                                                           NAM GOLDIN

Podríamos considerar a la autora como una reportera de las vidas que, como la nuestra, pueblan el mundo durante algún tiempo. Probablemente sus imágenes no serían aceptada por esa pareja casada de clase media (“Josette y Anne Mary”), que utilizaba Buñuel para medir la aceptación de sus trabajos por parte de la audiencia.

Años sesenta. Familia media judía establecida en Washington. Nam vive junto a los suyos el dorado “sueño americano”, hasta que el suicidio de su hermana se encarga de convertirlo en pesadilla. A partir de ahí se aferra a la cámara para intentar retener la memoria de los seres y cosas que tan inesperadamente pueden desaparecer.

Su nuevo realismo configurado como descarnada crónica social influye en muchos fotógrafos. Es el espejo sucio donde se refleja una generación desencantada. Ella recorre el lado salvaje de la posmodernidad entre la decadencia y la marginalidad. Vive intensamente una época radical. Se rebela contra la miseria espiritual americana, contra la edulcorada vida medioburguesa, y se va a ejercer de hippie en el verano del amor del 67. Conecta con el Punk londinense y la Nueva york de Burroughs. Vive la subcultura de Times Square junto a diversos amigos y amantes. Con todos estos ingredientes crea su sistema iconográfico, todo un vertedero de significados que desemboca en un curioso caos simbólico. Fotografía las irreflexivas metáforas de una época maldita. Crea su propia mitología, que más bien es una antimitología. Por fin en los noventa los museos y galerías aceptan sus piezas para que sean parte del nuevo imaginario cultural.

Pero sobre todo su obra es la crónica vivida y sentida de una época. Sus imágenes cuentan su vida y también la nuestra. Captan instantes, evanescentes momentos. En los albores de los ochenta elabora su conocida “Balada de la dependencia sexual”, son imágenes que se mueven entre la felicidad y la tragedia, entre lo sexual y la mística decadente; pero fundamentalmente son un canto a la libertad. En ellas se rezuma un ambiente de instantaneidad vital que recuerda algunos textos de Boris Vian en su obra: “La espuma de los días”.

Su obra habla de ella misma, de su mundo interior, por eso mirarla es también mirarnos. Nam agota hasta el final las situaciones, por eso sus fotografías del “Libro de Cookie” nos muestran como acompaña a su amiga hasta que muere víctima del SIDA. Su identidad artística negocia continuamente con el desencanto y la amistad. Así ilustra su proeza autobiográfica, su herida manera de ver el  mundo.  

El autoretrato de Nam me parece sobrecogedor por todo lo que cuenta sobre la parte mas terrible de su propia vida, poe el impacto que provoca y por la valentía que desprende.






1 comentario:

  1. Me ha gustado tu comentario sobre Nan Goldin, especialmente la referencia a Boris Vian :)

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