viernes, 16 de diciembre de 2011



 
                              PERSONA
                         Ramón Esparza
Este texto reflexiona sobre la complejidad psicológica del retrato y diferencia la máscara de la persona en sí. El retratista se convierte en psicólogo, en un discernidor de espíritus, en un intérprete de personalidades. Quiere escribir en una sola imagen el guión vital del retratado. Decía jean Claude Carriere que para escribir un buen guión hay que “abrir la memoria, los recuerdos, la realidad vivida”. Analizando el retrato desde un punto de vista Freudiano, podemos pensar que el fotógrafo juega con los tres elementos de la estructura psiquica, buscando paralizar en una instantánea la liberación del ello u la represiva compostura del superyo. El fotógrafo quiere atrapar en una imagen el pasado y la identidad del retratado. Decía Tom Abrams que la gran tarea consiste en “traducir en imágenes la vida interior”.
El autor también habla del surgimiento de la fotografía social. Tal vez se le plantea al fotógrafo la elección entre calle o estudio, masa o individuo, Marx o Freud…Puede que hace décadas los hombres pasearan por la calle con el mismo entusiasmo con el que hoy navegamos por internet. Callahan llega a fotografiar al individuo aturdido por la masa humana.
Durante la posguerra el fotógrafo lanza una mirada periférica a las escenas callejeras, puede que pretendiese retratar azarosamente con su cámara el inconsciente colectivo de una época desafortunada. Cuando Eugene Smith fotografía a la niña que levantó un túmulo funerario a su mascota, quiso retratar la expresión universal de la psicología infantil.
Nos habla de Cecil Beaton permitiendo que en sus famosos retratos conviviesen las máscaras del superyo con las breves escaramuzas del ello. Éste fotógrafo se atreve incluso a tratar de resumir la biografía de la poetisa Edit Sitwell en varias imágenes tomadas en un largo intervalo de 40 años.
El fotoperiodista Umbo se hace en los cincuenta un autoretrato que evoca la idea del poeta Vertov: El rostro se robotiza al incorporar la cámara al rostro y convertirla en máscara. No sabemos si la cámara se humaniza o el hombre se mecaniza. Escribió Vertov en 1924: “Hemos abandonado el estudio para marchar hacia la vida, hacia el torbellino de hechos invisibles que se tambalean, allí donde radica el presente en toda su totalidad”. La locura “kinokis” en el sentido de Vertov nos convierte a todos en ojos cinemáticos, de la misma manera que en el pasado la mano – pluma de Rimbaud no podía dejar de escribir: yo estuve allí y me ocurrió esto y aquello.
                             


Aquí muestro algunos retratos callejeros:




A veces las imágenes llevan gran contenido psicológico:












 

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