sábado, 22 de octubre de 2011

ANA MENDIETA
Todo lo que nos narra este texto se condensa en el breve y poético manifiesto de la autora. En él se halla también el destino de su propia vida.
“Existe por encima de todo la búsqueda del origen…” La clave es esa persecución presocrática del “arké”, del principio absoluto. Es necesario saber de donde venimos antes de plantearnos quienes somos.
Ana Mendieta con sus obras excavadas en paredes de cuevas, logra exportar lo rupestre a la Gran Manzana. Lleva a la gran urbe “la savia ancestral, las creencias originales, los pensamientos inconscientes que animan al mundo”.

Otoño del 85, un cuerpo cae y se esparce por las aceras del Soho. Ana vuelve a comprobar de manera maldita que “existe el vacío”.
“la marca de mujer”, la huella de lo femenino es lo que unifica su obra. La ancestral hembra primigenia que contiene “el tiempo que nos observa desde el interior de la tierra”. En el continuo fluir de esta aldea global, fluyen también sus mareas femeninas, sus líquidas creaciones: “mis obras son las venas de la imaginación de ese fluido universal”. También expresa la fuerza femenina a través de siluetas que sacian su sed de ser, de existir, de vivir. Mujeres como recipientes del todo, femeninos desnudos emplumados, sucios de sangre y cabellos, esencia y conciencia de un género mil veces avasallado. Sus fotografías nos introducen en un ancestral gineceo. Excava sexos femeninos en tierras remotas para representar la vaginocracia de esas venus primitivas que siempre han ostentado el poder de otorgar vida.

Sin madre ni patria, transcurre su existencia como un puente que atraviesa las furiosas aguas del siglo XX. Vive en orfanatos y casas de acogida: “existe la orfandad”… A través de su obra se solidariza con los marginados, porque ella también se siente excluida. Su producción nos ayuda a entender todas las historias de vida de los personajes que integraban la diáspora cubana. Transgrede, se aleja de las normas, vive dentro de los límites y aprende a manejarlos. La ciudad que habita acaba por volverse extraña, se convierte en un lugar perfecto para desconocerse, para sentirse inseguro.. Por eso decide desarraigarse, resistirse a la enculturación americana. Prefiere habitar la frontera, y en ella desarrolla su identidad heterogenea, fragmentada, posmoderna. Nadie sabe si habita territorios de nadie o territorios de todos.
Afirma Tom Abrams que “la gran tarea consiste en traducir en imágenes la vida interior”. Las fotografías de Ana Mendieta traducen su alma, en ellas imprime la energía necesaria para que sus siluetas se conviertan en símbolos de lo femenino: “energía universal… savia ancestral... la tierra sin bautizar de los inicios”. Su fuerza poética transmite vida y muerte, vientres y velas negras, eros y tanatos.

Henry Miller al hablar de los pueblos primitivos decía: “Son poetas de la acción, poetas de la vida. Hacen poesía aunque su poesía ya no nos conmueva. Si fuéramos sensibles a lo poético habríamos incorporado su poesía a la nuestra. La poesía del hombre civilizado ha sido siempre exclusiva, esotérica. Ha causado su propia muerte.

Otoño del 85, un cuerpo cae al vacío mientras en algún lugar del Soho alguien recita un viejo proverbio judío: “El hombre piensa, Dios ríe”.   


Aquí incluyo algunas fotografías que están relacionadas con el mundo de las siluetas y de lo femenino. Están tomadas en Sevilla. Una de ellas en el puente de Triana.





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