martes, 18 de octubre de 2011

               LA CÁMARA LÚCIDA.
Barthes contrapone dos conceptos: “El studium” que es como un sustrato teórico y racional, una especie de super yo Freudiano que estructura a la imagen; y por otro lado el “punctum”  que puede considerarse un detalle emocional una suerte de Ello instintivo. Mecánica frente a sugerencia, descripción contra imaginación.

Por una sola frase leemos a veces toda la obra de un autor. Una breve melodía puede sumergirnos en sinfonías inacabables. Un breve instante puede dar sentido a toda una vida.
El autor describe la imagen de Tristán Tzara con su enorme y sucia manaza. Esto me hace recordar su manifiesto dadaísta, en él repetía decenas de veces una curiosa frase: “Me encuentro muy simpático”… Y como colofón final escribió el punctum del texto: … “Y sigo encontrándome muy simpático”.
En literatura, el punctum equivale al Aleph borgiano: “El infinito dentro de un grano de arena”.
Decía Jose Luis Boreau: “ Una imagen es un resumen”. Tal vez podríamos considerar que el punctum es la síntesis de ese resumen. Los tres versos que componen un Haikú evocan puro presente, existencia intensa. Cuentan un detalle cotidiano que se agiganta por el poder de lo instantáneo. Que tal vez, como dice el autor, “no nos hace soñar”, pero transmite vida.

La cámara ha de ser lúcida, es decir, inteligente. La fotografía ha de tener un detalle de brillantez, un punto rojo en medio del nevado paisaje. Ese punto puede hallarse en cualquier parte, incluso en las abandonadas uñas del publicista Warhol mientras clona compulsivamente sus motivos. Puede incluso estar ilocalizado, como ocurre en muchas fotos de Maplethorpe, en las cuales el punctum ocupa la globalidad de la imagen y se torna atmosférico, otorgando a un musculoso fragmento del cuerpo el don de la universalidad.

Más que un suplemento, creo que el punctum es la esencia de la imagen, lo que le infunde vida, lo que nos atrapa, aunque tal vez eso que nos punza pueda ser algo distinto de lo que el fotógrafo ha dejado ahí intencionadamente. El campo ciego hace que ese detalle escape del plano de la imagen, otorgándole un don casi holográfico.

No podemos olvidar que la fotografía nace en el silencio de la mente, cuando cerramos los párpados y la sentimos dentro.
El punctum puede aplicarse a nuestra propia memoria: Basta una imagen para que abramos los archivos del recuerdo y saquemos de ellos las diversas fotografías, ya edulcoradas convenientemente con nuestro mental Photoshop.

El punctum puede ser una nimiedad que determina el que alguien nos caiga bien o que no logremos soportarlo. Es lo que nos mueve a hacer, el irracional corazón creativo, el brillo de la mirada, un  ingrediente frugal que equivale a la vida, algo inexplicable que escapa a la racionalidad, algo que nos permite huir durante algunos instantes de los invernaderos culturales, algo que nos enseña a ser salvajes. Es ese núcleo que siempre está en el misterio, y como todos sabemos, con lo misterioso sólo se puede conectar por vía poética.



Un detalle de color rojo o una bolsa de plástico pueden ser el punctum de estas fotografías que tomé en Pekín y en las Alpujarras:

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