martes, 25 de octubre de 2011

LOS EFECTOS DEL COLOR
Kandinsky cree que la intuición es la fuerza que da vida al arte. Sentir sí, pensar no. El color nos alimenta, está constatado que si nuestros ojos se atiborran de rojo, buscan el verde para liberarse del cansancio cromático. Los colores provocan vibraciones. Nos movemos pues en el nivel de lo sensitivo, de la energía. Para saborear lo abstracto ha de surgir en nosotros una nueva sensibilidad. Pero lo primero que hemos de hacer es dejar de aferrarnos a nuestra aburrida forma de sentir, un estilo de acoger sensaciones que el viejo Niestzche no dudaría en tachar de “demasiado humano”.
 
En realidad, nuestras sensaciones están compuestas de colores y temperaturas. Tradicionalmente se ha delineado al amor forma de corazón, pero todos sabemos que ante todo es rojo y cálido. La belleza transmitida por una emoción estética es siempre extraña, breve e intensa; como cualquier realidad que un niño observa por vez primera. El color influye en nuestro ánimo. Nadie lograría vivir en una habitación absolutamente naranja sin perder el control de los nervios. En el fondo cuando vivimos la experiencia artística, rechazamos los planteamientos intelectuales y nos queremos sumergir en el mundo de las emociones. Respetamos al artista que ha sentido para hacernos sentir.
 
Aún desconocemos el verdadero lenguaje de la imagen. En todas las artes sigue moviéndose por territorios figurativos, narrativos y teatrales; zonas, como ya hemos referido, masivamente humanas. Todavía no se comprende la inteligencia de la luz. El cine y la literatura no se cansan de reproducir la realidad de un modo tragicómico, lento, teatral… Ya en la antigüedad, el sabio Platón concibió una abstracción del cosmos que relacionaba a los elementos primigenios con figuras geométricas, el universo convertido en un extraño sistema de esferas.
 
El tiempo nos va haciendo cada vez más figurativos. El niño abstrae de forma natural, pero el adulto se convierte poco a poco en un ser hiperrealista. Abstración es hambre de esencia, no quiere contar nada, sólo pretende mostrar al objeto artístico desnudo de narraciones, sumido en las infinitas posibilidades del color, implicado en la guerra de las formas que lo componen. Es deambular por un territorio donde cualquier cambio modifica al todo, donde no existe el diablo del absoluto. Pasear sin mapas figurativos por lugares habitados por esa sustancia sin forma orgánica llamada luz.
 
Cada objeto irradia una energía propia que el autor llama: “irradiación psicológica”, colores y formas que componen música. La civilización existe en la mente. Lo figurativo suele conducir a la evidencia hasta asesinar al misterio. Tal vez sea cierto que todo es música, que la vida consiste en bailar absortos en esas invisibles melodías. El artista danza buscando el alma de lo eterno, lo intemporal. Danza sacralizando su necesidad interior de expresarse. A su alrededor extienden trampas decorativas que pretenden convertirle en un vasallo del mercado en un esclavo de las tendencias de su propia época. Y el sigue bailando con su propio tiempo, concentrado en su propia alma, autoconvenciéndose de que el espíritu es abstracto.
 
El surrealista Bretón aseguraba en su manifiesto que “la imagen es una creación pura del espíritu”, por eso se decía a si mismo: “Deja ya de temblar cuerpo. Este verano las rosas son azules… la existencia está en otra parte”.


Estas fotos que he tomado en diversos lugares tienen un gran componente abstracto.





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